jueves, 22 de mayo de 2008

Capítulo 3. Comienza la Fábula. Lobos



- Ve a comprobar el territorio. Haz marcas y vuelve rápido. - Con un pequeño susurro, seguro, ronco y afilado, la voz de Oslo, el líder, ordena y organiza a la manada en diferentes tareas necesarias para mantener el territorio de caza libre de intrusos.

- Tú, vete con él y vigila que no se despiste, últimamente hace cosas raras- Procura que todas sus disposiciones vayan orientadas con cierto desprecio y una gran carga de estructuración jerárquica.

La lobera se encuentra abrigada y protegida por una gran roca granítica que sobresale en una pendiente, tapizada por melojos viejos, de vigorosa envergadura, y una frondosidad que tutela el camuflaje, ocultándola en el bosque.

Todos los componentes de la manada descansan en el hueco, ampliado por varias generaciones y adecentado con ramas secas. Procuran que los restos de alimento, huesos y desperdicios de caza, se dispongan en las cercanías sin que su olor y putrefacción afecte la higiene de la cuadrilla.

La lobera es un lugar de encuentro, de reunión, de aproximaciones y fortalecimiento de lazos sociales. Pero también es el lugar donde se libra el combate permanente por el liderazgo del grupo. Las hembras siempre se reproducen con el líder del momento, lo que asegura una prole con mayor posibilidad de éxito, fuerza y adaptación. Las partidas de caza son dirigidas por los más astutos y sólidos, y depende la cantidad de alimento que se ingiera de la posición en el escalafón. Así son los lobos: eficaces, prácticos, violentos... sociales.

Esta noche toca el turno de custodia a Lorber, un lobo que entra en la adultez con unas conductas independientes, atípicas para su edad. Sus congéneres a esas alturas suelen centrar los esfuerzos en progresar dentro de la manada, procurando competir en todo momento con tenacidad.

Lorber no ha querido entrar en la dinámica grupal. No permite que otros lobos de su generación le utilicen para tales fines, cualquier enfrentamiento lo resuelve con contundencia, ayudado por su gran corpulencia y decisión. Pero tampoco busca destacar y conseguir el avance de puestos que le podría llevar a liderar la manada.

Le acompaña Torcus, de la misma edad, débil pero mezquino, lo que le ha procurado ser un integrante de confianza de Oslo, que lo usa para sus propósitos más miserables.

- ¿Hoy también vas a aventurarte en el territorio prohibido, Lorber? - Le pregunta mientras se alejan de la lobera para empezar la ronda. Sorna en su tono.

Una de las noches anteriores, cuando Oslo mandó a Lorber vigilar los alrededores, éste decidió recorrer mucho más espacio, adentrándose más allá de la zona controlada, lo que causó la ira del jefe, sin que se atreviera a imponer un castigo físico, pues Lorber procura mantenerse erguido, sin desafío pero sin sumisión, algo que desquicia y desconcierta a Oslo, incapaz de comprender la desobediencia de su lacayo.

- No, pero si me apeteciera lo volvería a hacer, eso y cualquier otra cosa que se me antojara - Responde sin mirar a su compañero.

- ¿O es que piensas de verdad informar de mis movimientos?- dice mientras, ahora sí, se para y vuelve su mirada hiriente hacia Torcus, que instintivamente agacha la cabeza y baja con timidez el rabo.

Lorber realizará hoy su tarea. Con hastío y desgana. No encuentra conveniente volver a llamar la atención con alguna de sus aventuras clandestinas. Tampoco permitirá a Torcus alterar su tranquilidad con socarronerías altaneras.

Desde que sobrepasó la juventud, la estructura social de su grupo, la composición jerárquica y la lucha por el poder, le han resultado inapropiadas para su especie, mucho más inteligente y capacitada para la vida en el bosque que el resto de los animales, mucho más aprovechable para otros fines, que no sean las batallas entre ellos mismos, o con otros clanes. Por eso procura demostrar su rechazo siempre que tiene oportunidad, y se mantiene alejado del engranaje tedioso de su sociedad violenta, competitiva, destructiva.

- El lobo Lorber es el más listo. Se cree mejor que todos. El lobo Lorber no quiere participar en la manada pero sí comer de sus cacerías y protegerse de los otros clanes en nuestras numerosas mandíbulas. El lobo Lor...-

- El lobo Lorber quiere hacer su tarea en silencio, sin tener que abrir la boca para hablar, o usar sus dientes para otros menesteres- interrumpe con frialdad las guasas del sarcástico Torcus, incansable en su conducta miserable.

Siguen durante horas las sendas, marcando con su orina los puntos más elevados, para que el viento distribuya bien el olor. Levantan la trufa del hocico y examinan el ambiente en busca de posibles individuos de otras manadas.

Saben que otros compañeros están destinados en tareas más productivas y de mayor status: cuidar de las hembras y sus cachorros, buscar pequeñas presas nocturnas, o simplemente descansar.

Lorber sólo quiere terminar pronto, deshacerse de la compañía de Torcus y volver a su rincón de la lobera, una piedra en el interior del gran hueco donde descansa sin ser molestado. Ya le queda poco, un pequeño bosque de rivera junto a uno de los arroyos de avituallamiento en los días de cacería, y podrá regresar.

- Venga, volvamos, ya está todo comprobado - Se oye decir con autoridad a Torcus.

- Grrrrrr, no, espera, quiero beber en el arroyo y hacer una última revisión por la orilla - Contesta Lorber contundente. Le parece inapropiado dejar que decida la alimaña de Torcus cuando terminar. Comprueba como su réplica hace mella. A Torcus se le descompone el gesto.

Llegan a las proximidades de la cueva mientras está amaneciendo, lo revelan la tenue luz que aparece, y el cantar de algunos pajarillos que emprenden su jornada diurna.

Un grupo de cachorros espigados les saludan con alegría. Lorber les atiende fugazmente mientras Torcus juega con ellos ensayando los enfrentamientos adultos, camuflando el deseo de sentirse el más fuerte.

En la entrada de la guarida, el grupo de caza de esa noche mantiene una conversación acerca de la presa que han capturado, y del éxito conseguido. Cuando ven acercarse a Lorber, y ante la cercanía de unas hembras que descansan, aumentan la excitación y exageran los avatares de la cacería, aunque rápido se retractan de las posturas arrogantes ante la seriedad y la altiveza innata de Lorber, a la vez que comprueban como muchas de las hembras desvían la atención a su caminar seguro y decidido.

Hoy no ha comido. Rechaza la intención de acercarse a los restos de jabalí que disfrutan Oslo y los suyos, no quiere dar la oportunidad de ser despreciado, y prefiere no entrar en los conflictos diarios por el alimento.

Ya comerá más tarde, cuando le incluyan en la siguiente captura. Sabe que es irremediable que cuenten con él. Es de los mejores recorriendo grandes distancias, insuperable en las persecuciones y muy valiente en el enfrentamiento con presas difíciles. También aprovecha sus paseos solitarios para recolectar frutos, bayas, y atrapar algún pequeño roedor, siempre deliciosos.

Ahora, de momento, toca descansar en su pequeño refugio, lejos de la actividad social de la manada.

Cada día tiene más claro que en algún momento tomará la decisión que tanto tiempo lleva fraguando.

Quizá sea mañana.